Nube de Algodón

Celaje silencioso como la espesura del frío, en la calma inmensa del oreo, Todo se dibuja incorruptible y puro, blanca humedad suspendida, montaña que se eleva al infinito, ala de mariposa azul que se despliega en el vacío, copo de nieve que cae suavemente sobre las ramas invernales.Estoy allí, todo es sublime, tan irreal que parece que aún navego en el oceano de mis Sueños.

El silencio es profundo, tenue, en la distancia el agua brilla, brilla, brilla...

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Oleada a dulce sabor de pétalo blanco y polen de candor, todo es apacible, claro como el alba, donde el dibujo se hace en medio de pincelazos verdes.
Y ellas allí como dos margaritas blancas y yo desde el horizonte las veo en toda su dimensión dispuesta a amarlas por toda una eternidad.

Una vida sin aroma es una vida sin existencia, sin recuerdos.
Es andar sin pasado, ir por allí invisible, como caminando a oscuras, desnudo.
Una vida sin aroma es una vida en silencio, quieta, opaca, sin brillo.
Entonces nuestra piel se marchitaría lentamente y perderíamos el sentir del tacto, envejeceríamos tristes en tan solo un parpadeo, callados, sin recuerdos, sin memoria.
Por que la memoria del olfato es exquisita única fugaz como una puerta en medio del tiempo, como un suave revoloteo que te lame la piel.

Hubo un tiempo en el que la oscuridad se confundía con la luz, el blanco, con el negro, no habían sonidos, nada se movía, todo estaba quieto como sumergido en un delirante sueño. 

Un tiempo inerte donde no exitian carencias, ni sombras, ni color, ni frío, ni calor, ni agua, ni nubes, ni fantasmas. 

Todo era sombrio, todo era tan oscuro e impenetrable.
De pronto apareció un rayo de luz como un grito, un desahogo después de tanto silencio y de tanta calma, el sol grito vocifero feroz, por que estaba cansado de esconderse en un rincón. 

Entonces se sacudió el polvo, se irguió lleno de amor y esperanza, después de tantos exilios, de tanta muerte, de tantas guerras y desgracias, el sol había decidido volver.

Las hojas caen como mis recuerdos, caen al suelo impoluto convirtiendolo en naranja, amarillo, rojo, todo se tiñe de ámbar.
El aire lentamente alimenta mi memoria, por que yo soy como una hoja más, de cientas de tantas que caen al suelo color naranja, amarillo, rojo, inundando todo con el dulce perfume otoñal.
El viento, me esparce, me riega, me arroja y mi memoria se tiñe de nectar en donde todo flota, los árboles al desnudo lloran su perdida y yo pierdo mi tonalidad.

Espectro reflejo de mi alma, que en el zarco profundo se aquieta.  

Se paraliza como si el mundo dejara de existir y mi corazón dejara de palpitar, tan repentinamente expuesto a la luz, que mis ojos arden, arden de ardor.
El cielo entona su perfección infinita Y mis pensamientos se pierden en el vacío donde no hay vibración, tan solo una pequeña onda de movimiento al vaivén de mi alma.
Entonces vuelvo a tomar aliento e inexplicablemente me encuentro en medio de agua y aire, de tierra y agua, de vapor húmedo tan pegajoso como el sudor de mis manos, tengo una visión que abre mis poros al infinito indigo y el reflejo que irrumpe mi espacio, explota en un tenue silencio.

La tibieza de eter que a bocanadas aspiro.
El cobalto que lo cubre todo con una claridad inaudita.
El vuelo imperturbable de las gaviotas, placido e inquebrantable en el que se enaltece el letargo asomo de la brisa marina, en su corriente suave, salada, como cornisa de lino. Una viva visión se precipita en el espacio eterno donde la libertad me rae, percibo su sabor en mi boca con una placidez que lo cubre todo.